Afortunadamente la lectura sigue siendo el lugar al que retirarse de un mundo insano...
Los Cuentos de Pratt
(Historias que no son cuento...)

Segunda Chance

Segunda Chance

                      

Walter apagó las 80 velas con un esfuerzo inaudito... sus pulmones no eran los de antaño y le costó mas de lo debido.
Toda la familia estaba allí. Su mujer (que había soplado las 80 velitas unos meses antes), sus hijos, los nietos y las tres biznietas...
Se sentía feliz; llegar a esa edad no era poco, y hacerlo lúcido como el estaba mucho menos... con algunos achaques y un andar pausado y sosegado, la vejez lo iba deteniendo de a poco. El tiempo de los sueños y los proyectos estaba ya lejano en sus recuerdos, el hoy era una cena sencilla, un vino amable en la misma y una cama blanda donde descansar sus cansados (y andados) huesos.
En los sueños (que siempre los había recordado), lucía con frecuencia joven, recordaba con sentida felicidad sus años juveniles... muchas veces lo asaltaban con vívida nostalgia los momentos clave de su vida, aquellos en que todos nosotros, de un modo u otro decidimos el destino de nuestros días, esos momentos donde un si o un no marcan la diferencia entre un destino u otro.
Quién alguna vez no se preguntó:  -Qué hubiera pasado si...?. Walter también lo hacía con frecuencia. No porque no hubiese sido feliz con su vida, nada de eso... simplemente que ahora, en sus postreros años, pensaba muy seguido en que tan diferente habría sido de su vida si hubiera tomado decisiones distintas de las que había seguido hasta ahora.
El brindis siguió al clásico canto de cumpleaños y luego la numerosa familia se dedicó a arrasar con las delicias que había en la gran mesa central. En un cómodo sillón Walter miraba su enorme familia mientras pensaba que él ahora era mas viejo de lo que habían llegado a ser sus padres y por un momento sus ojos se humedecieron ante la evocación de todas las personas que marcaron de un modo u otro su vida y que ya no estaban...
Sus biznietas lo tomaron de las manos y se lo llevaron al patio haciéndolo olvidar de esos pensamientos.

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Walter estaba fascinado con las hormigas del viejo muro, que esquivaban con matemática precisión las innumerables telas de araña que tapizaban los viejos y enormes ladrillos de adobe...
Amilcar desde el otro lado del portón de la vieja herrería abandonada lo llamaba una y otra vez:
- Dale Serenito!, vení de una vez que nos falta uno!
- Voy !, Le gritó a su amigo, mientras con la agilidad de un gato trepaba el centenario portón de hierro oxidado que separaba el baldío de la vereda de su calle.
Aquel lugar era el paraíso de la barra de pibes de la cuadra, había espacio para jugar a la pelota, un bosquecito para apechugar el terrible sol de esas tardes de verano, el mirador ideal para “espiar” a la gorda C. (una mujer de vida licenciosa que deleitaba a los viejos del pueblo alegrándoles la tarde y el cuerpo)... pero por sobre todas las cosas, aquel espacio era la libertad, así, con todas las letras... lejos de las mamás (Titi era terrible!, la Coca, que no perdía de vista a Amilcar y la abuela del “pato” Manrique, que lo vigilaba con pericia de halcón con solo entreabrir la ventanita de vidrio de la puerta cancel).
La vida de los tres pibes era sencilla y tranquila, en el pueblo los pocos autos eran respetuosos de los picaditos que se armaban en plena calle y cuando la pequeña Marisa llegó al barrio, todos la ponían bien visible, así los coches pasaban aun mas despacio...
- Walter, vení a tomar la leche!; la voz de Titi tronaba en la vereda y el Serenito saltaba el alto portón y en dos segundos estaba sentado en la mesa de la cocina, tazón en mano...
Después a hacer los deberes, mientras el Needham blanco y negro (grande como una heladera), mostraba a Pepe Biondi y la familia Telerín...
Osvaldo llegaba puntualmente a las siete y siempre, siempre traía algo para Walter.
En la escuela le iba muy bien, dueño de una inteligencia notable, las actividades le eran gratas y las resolvía con rapidez para poder volver al baldío y así seguir la rutina de juegos y diversión.

                  
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Esa noche se olvidó de tomar las pastillas para la presión así que a medianoche, Mónica debió levantarse y traérselas.
Ya no pudo volver a dormir.
Decidió entonces tomar unos mates y mientras miraba el amanecer pensaba en su lejana infancia y en el muro de las hormigas.
De pronto descubrió que la vida se le escurría de los dedos como el agua o las arenas de una playa lejana, y entendió que lo mas valioso que tenía eran sus recuerdos... pero siempre tenía esa espina clavada allá en lo profundo, que cada tanto le recordaba con dolorosa sensación que las cosas podrían haber sido distintas, muy distintas.
Su vida siempre fue aceitada y matemática; casado joven había sido padre también joven... en su carrera había llegado tan lejos como se lo había propuesto y tenía todo aquello que había deseado... pero...
Siempre ese pero, ese sabor amargo de no haber hecho realmente TODO lo que había querido, de haber dejado (y lo que es peor, a propósito) en el tintero cosas que hubieran sido importantes e incluso determinantes en su vida.
Esa mañana su hija mayor le traería los resultados de unos estudios que le había encomendado el médico ya que no se sentía del todo bien esos días.

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- Dale, tirale de una vez! Le repetía Osvaldo mientras sostenía con firmeza el reflector
El disparo de la carabina apenas se sintió en la oscura noche mientras los ojos de la liebre parecían saltar y luego quedarse quietos definitivamente
- Bien hecho, chaval! Le gritaba su abuelo mientras corría a buscar su primera presa de caza. (Lo que no le gustó nada era la sangre del pobre bicho ni el aspecto patético del animalito muerto).
Esa noche cenaron liebre a la cazadora y mientras todos brindaban Walter pensó que aquello no le gustaba, al menos no le gustaba matar... pero que bien se sentía cuando caminaba por el campo con la escopeta doble al hombro!
A mitad de sus estudios secundarios pensaba que carrera debía seguir, pero bueno, eso era algo que por ahora no importaba demasiado.

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Los estudios no le dieron nada bien.
Sus hijos se reunieron y decidieron que lo mejor era internarlo.
- Internarme?... están locos? Ya tengo ochenta, déjenme quedarme en mi casa y en mi cama... no quiero que un matasanos me duerma y la huesuda me despierte a guadañazos!... no señor!... De casa no me saca nadie...
Inútiles fueron los esfuerzos de su mujer y de sus nietos para convencerlo, sus hijos sobradamente sabían que si el viejo decía no, quería decir precisamente eso, NO.
El tratamiento era bravo y los dolores aún mas, pero los aguantaba con hidalguía, lo único malo era tener la plena certeza de que eran inútiles... la muerte estaba ya instalada allí y lo esperaba con la paciencia de los que saben ganada la batalla.
Él nunca había pensado en la muerte, ni tampoco le importaba demasiado... pero frente a la certeza de tenerla ahí, al alcance de la mano, lo hacía pensar en ella de un modo diferente...
El creía que ya estaban a mano con la vida, que lo perdido había sido equilibrado por lo ganado... sin embargo estaba siempre aquel: -Pero y si...?.
Por primera vez aquel viejo dudó un instante de su vida, de lo que había hecho y de donde había llegado.
Pero no había nada que hacer.
O al menos eso creía.

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Una calurosa noche de Enero, Walter y Mónica decidieron unir sus destinos, luego de la fiesta donde todos terminaron con mas copas que sangre en las venas partieron de viaje hacia el mar y hacia su nuevo destino.
En el horizonte les aguardaban los hijos, la lucha por formar una familia y los problemas propios de toda pareja.
Fueron exitosos en sus carreras y en sus vidas, logrando formar una linda familia con hijos sanos, y por sobre todo, buenas personas.
Walter era todo lo feliz que un hombre de los 90 podía ser, la época del uno a uno y el tener todo por dos lo hacía trabajar mas de lo necesario, y se estaba gestando dentro de él una sed de ser distinto que pronto explotaría como un volcán imparable.
Su mujer siempre había sido bella (y por entonces lo era aun mas) pero su carrera y los hijos lo habían distanciado un tanto de su compañero... y eso bastó para hacer tambalear todas las convicciones de él.
Negras nubes de tormenta se cernían sobre la familia.

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La salud del viejo se deterioraba a pasos acelerados.
Recluido en la vieja quinta ahora solo podía dar caminatas alrededor del parque y meter sus cansados pies en el primer tramo de la pileta de natación, que desde hacía años era su lugar en el mundo...
Esos momentos de extrema belleza que preceden al crepúsculo le traían con nitidez los recuerdos mas olvidados de su vida... y pensaba que distinto habría sido todo si...
La voz de se mujer lo llamaba desde el quincho para tomar unos mates antes de la cena.
Mientras se sentaba en su sillón favorito miraba las aves de la zona regresando a sus apostaderos. Y pensaba en eso de volver...

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Habían evitado la separación a costa de hacer concesiones ambos. Los chicos sonreían felices. La paz había vuelto a la familia y Walter había jurado no volver sobre sus errores...
Comenzó entonces una era singularmente fructífera en lo económico y en lo personal... todo parecía salir a pedir de boca y las cosas eran fáciles y divertidas... la época de los viajes, de las carreras de los chicos, de los éxitos de ambos...
A eso se sumaba la belleza de los cuerpos y el tremendo poder de la primera madurez, la edad de oro de los hombres donde no hay obstáculo que pueda detenerlo...
No imaginaba que el principal obstáculo de su vida estaba a punto de hacer erupción dentro de si mismo, de su propia cabeza...

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Ya no podía sino salir al parque un rato por las tardes... su salud se deterioraba lenta pero inexorablemente y el final estaba ahí, al alcance de la mano.
No sentía miedo, no.
La muerte era algo que le daba curiosidad; y la satisfacción de los años vividos le daba el respaldo de no pensar que fueron inútiles...
Sin embargo estaba siempre ese pero, esa insatisfacción allá dentro, subyacente, debajo de todo, que como una fina aguja clavada en el alma no lo dejaba enfrentar el fin con la comodidad que hubiese deseado... pero que podía hacer respecto a eso...?; nada (o eso creía).

                                  
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Salir de la ACV fue un esfuerzo ciclópeo y titánico que le llevó años... pero finalmente lo logró, logró volver a su rutina de vida y reconoció que su inteligencia estaba intacta... sin embargo empezó a ver las cosas desde otra perspectiva, a tomar la vida con calma, a ver todo desde un óptica mas sana... menos apurada.
Y volvió a ser feliz. Todo se encaminó y entro sin aristas a la segunda madurez, la del medio siglo que ya le pesaba sobre los hombros y el alma.
La aguja de la insatisfacción seguía allí, profunda, con ese dolor apenas perceptible pero por eso mismo angustiante, perverso...
Que le hacía dudar si lo hecho hasta ahora servía de algo.
El cuerpo le cambiaba, se deterioraba y le informaba de manera clara y contundente que se estaba convirtiendo en un señor mayor. De repente descubrió que las muchachas que antes lo miraban con gestos felinos hoy lo veían como lo que era, un señor mayor.
Descubrir que no había vuelta atrás en lo físico lo desalentó en un primer momento, pero también le hizo descubrir otras cosas de la vida que antes le pasaban inadvertidas. Se volcó al arte que siempre era un pendiente entre sus proyectos. Y le fue bien.
También dio rienda suelta a otro de sus sueños y aprendió a volar, a escondidas de su familia y sus médicos que no se lo hubieran permitido.
Y volvió otra vez a ser feliz.
Pero...

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Estaba tan desmejorado que hubieron de poner su cama en el estudio de la planta baja, ya no podía subir las escaleras sin un esfuerzo agotador.
Ahora solo podía ver su amado parque desde el cómodo sillón donde pasaba las tardes. Leía mucho, un vicio adquirido hacia ya tantos años. También decidió repasar las viejas fotografías que él mismo había tomado a lo largo de su vida y que guardaba como el mas valioso tesoro de su existencia. Allí, desde esos cartones descoloridos por el tiempo, las sonrisas de sus seres queridos le recordaban la ruta vivida y los que ya no estaban...
También volvió a ver a sus hijos de pequeños y que tan feliz lo hicieron, los primeros nietos que malcrió sin culpa y a sus biznietas que cerraban el ciclo de su vida, que le prolongaban la felicidad de haber logrado ser alguien en el mundo.
Era sábado y el reloj de pared marcaba las tres de la tarde.

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Los primeros nietos de pronto le trajeron el recuerdo vivo de su abuelo Antonio, aquel viejo que había amado, aquel gitano mentiroso y simpático que le marcara la vida para siempre...
De pronto se descubrió a si mismo repitiendo el rito de las historias para dormir... el cuento de las gallinitas que creía olvidado para siempre en el arcón de los recuerdos y que ahora brotaba fluido en su boca ante la mirada asombrada de los hijos de sus hijos y se vio a si mismo las manos, imitando a los pollitos, exactamente como su abuelo lo hacía con él... y miró al cielo dando gracias por haberlo conocido y por poder, él mismo, hacer aquello con su sangre, con esos niños que quizá alguna vez recordasen las gallinitas del cuento gitano.

Entonces recordó el medallón que su abuelo le dejara justo antes de morir. Él le había dicho que era mágico, y que una persona solo podía usarlo una vez, por lo que había que ser inteligente y preciso.
Siempre conservó ese medallón, que a pesar de ser de oro nunca terminó en ninguna casa de empeños, aún cuando a veces los vaivenes económicos lo hicieran necesario.

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A las tres y veinticinco de la tarde con un gran esfuerzo buscó el medallón del gitano que guardaba en una pequeña caja dentro del escritorio.
Mientras lo miraba al brillo del sol que entraba por la ventana pensaba en que sería aquello mágico que su abuelo le contara para poder decidir a cual de sus nietos o biznietos se lo dejaría.
En esos pensamientos estaba cuando un fortísimo dolor en el pecho le cortó el aliento y mientras con sus últimas fuerzas llamaba a su compañera de toda la vida, miraba por la ventana como lentamente se desdibujaba el parque en un torbellino de luz tan intensa como cálida.

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Había cortado una ramita y con la misma obligaba a las hormigas a pasar por las telarañas del viejo muro de ladrillos de adobe. En lucha titánica algunas lograban vencer a las arañas, mientras que otras desaparecían para siempre dentro de las madrigueras de los ladrillos... en eso estaba cuando oyó que lo llamaban por su nombre, al darse vuelta vio un viejo de aspecto familiar que estaba detrás de él.
- Cómo te va, Walter? Le preguntó el anciano
- Muy bien, le respondió, vos quién sos?
- Verás, yo también me llamo Walter, y desee tanto volver a ver ese muro que de alguna manera llegué hasta acá
- A vos también te gustan las hormigas? Le preguntó el rubiecito
- Claro, tanto como a vos...
En ese momento a pocos metros se oyó la voz de Titi llamándolo a tomar la leche
- Me tengo que ir, señor, encantado de conocerlo
- Esperá, tengo algo para vos, le dijo mientras le daba el paquete con el medallón
- Qué es esto señor? Preguntó el nene
- Un medallón mágico, espero que te guste
- Gracias! Le respondió mientras saltaba ágilmente el portón se su casa
Mientras tomaba la leche se colgó el medallón y en ese momento se produjo algo maravilloso.
El pequeño Walter recibió todos los recuerdos, vivencias, emociones y experiencias del otro Walter... de él mismo en realidad, pero con mas de 80 años extra vividos...

Por algún misterioso y mágico milagro aquel medallón le había dado una segunda chance... una maravillosa oportunidad de enmendar sus errores, de hallar aquella aguja de insatisfacción y resolverla, de hacer sufrir menos a su gente con sus errores, de no ser engañado ni vuelto a traicionar...
Pero... querría él volver a repetir la historia?
Querría hacer todo otra vez, cambiando algunas cosas, o sería una nueva vida, completamente nueva la que decidiría vivir, con aquel cuerpo de nueve años y la experiencia de un hombre de ochenta...?
Eso era algo que no le importaba en ese momento... volver a sentir el abrazo de su mamá, las caricias de papá y volver a sentir el olor de su cartuchera escolar, el de los ciruelos del fondo.... poder volver a correr sin sentir las piernas, trepar, saltar.... todo eso ya valía por si mismo la segunda chance...
En ese momento la voz del “pato” lo llamaba desde el fondo... terminó la leche de apuro y con un “si mamá” frente al pedido de ella de que se cuidara, saltó el tapial del fondo hacia ese baldío donde era feliz, con las mejillas coloradas, y el alma llena de futuro.

                           

 
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