Encuentro Peligroso
Encuentro peligroso:Una historia real que desmiente el mito que indica la fragilidad de la mujeres, y las leyendas urbanas sobre los motociclistas...
Amanecía con un color rosado claro que prometía buen tiempo... Adriana y “El Tojo” tenían la motos listas y cargadas con el formidable equipo de campamento que habían reunido. A la experiencia del Tojo como avezado motociclista se unía la férrea disciplina de Adriana que había conseguido todo lo necesario para sentirse cómodos en el extenso viaje que estaban a punto de emprender.
Los miembros de la familia de Adriana, que se había reunido para despedirla, la miraban con incredulidad cuando se calzaba el casco integral y se ajustaba las mangas de su campera de cuero. Y ninguno de ellos dirigió siquiera una mirada de despedida al Tojo.
Cómo y dónde había Adriana conocido al Tojo era un misterio: unos decían que ella lo había rozado con su auto tirándolo al piso a él y a su motocicleta en un cruce, otros, que él la había salvado de unos delincuentes que pretendían asaltarla. En realidad se habían conocido en el polígono de tiro cuando ella compró una pistola calibre .380 para tener en su departamento, después que unos desconocidos intentaran entrar por una ventana en una noche de invierno, y que a partir de ese momento pasó a formar parte de su vestimenta, ya que nunca la dejaba en casa..... Ese era un secreto que solo ellos conocían.
No había en su ciudad una pareja tan diametralmente opuesta como ellos dos.
Adriana era una exitosa profesional de la educación; conocidisima en su ámbito de trabajo, y que a los cuarenta había decidido dedicarse a éste en forma full time, todos creían que se debía esto a su manera liberal de ver las cosas... pero pocos o nadie sabían la realidad... ella escondía una gran timidez, una poderosa inseguridad y un profundo miedo de atreverse a vivir... solo se sentía segura en su trabajo, donde se sabía fuerte y querida.
Se le habían conocido varias parejas pero ninguna había durado demasiado; era dueña de un físico impresionante y nunca pasaba desapercibida en los lugares que frecuentaba, ya que su imponente busto y su cabellera morena, larga y rizada despertaba miradas hostiles de otras mujeres y deseos oscuros entre los hombres. Dueña de una sólida posición económica nadie entendía la debilidad que experimentaba por el Tojo, alguien que para todos, no era digno de ella.
El Tojo era el arquetipo del “motoqueiro”, del motociclista de pandillas... siempre vestía de cuero, era bajo y fornido, dueño de una prominente barriga, producto de una infernal ingesta de cervezas, de las que hacía gran consumo; de una barba prolijamente descuidada, y de un eterno pañuelo atado en la cabeza al estilo de los piratas que en realidad escondía una incipiente calvicie... de edad incierta, nadie sabía el origen y el significado de su apodo, ni a que se dedicaba, pero si se conocía que manejaba importantes sumas de dinero, y mas de una vez había socorrido con él a algunos amigos de Adriana. En un principio todos pensaban que era una especie de cavernícola, ya que siempre estaba callado y desvestía con la mirada a las mujeres que entraban a su campo visual, con los ojos del aspecto de un lobo a punto de atacar; esto no pasaba desapercibido para las mujeres, que se sentían subyugadas por el flujo animal que parecía emanar de él. Los amigos de Adriana le temían en secreto, era demasiado extraño y distinto, y ello los asustaba.
Pero aquella opinión cambió totalmente una tarde en una reunión donde se hablaba de física cuántica y otros tópicos que, a priori, suponían que serían desconocidos por el Tojo, sin embargo éste desplegó una disertación magistral sobre la teoría de la curvatura del espacio-tiempo, los hoyos de gusano, la teoría de las cuerdas y las interacciones del mundo subatómico, que dejó a todos, incluso a la propia Adriana, boquiabiertos y descolocados. Desde aquel día lo miraban con mayor desconfianza aún, ya que no comprendían quién era aquella rara avis urbana y de donde había salido.
A la pareja la opinión de todos le importaba nada... tenían una relación volcánica y tempestuosa que los llevaba a hacer el amor en cualquier parte, a disfrutar de tardes de sol en el campo, a disparar en el polígono distintas armas de propiedad del Tojo, y a las que Adriana pronto se hizo aficionada, a sentir el viento en el rostro en rutas desoladas y también a viajar a lugares insólitos, el Tojo era dueño de una gran fortuna que le permitía vivir sin trabajar y podía viajar en todo momento, algo que Adriana aprendió a disfrutar en seguida.
Justamente este viaje era el mas grande y mas ambicioso que proyectaban: recorrer Sudamérica en dos motocicletas. La preparación del viaje duró meses, desde el equipo a las motocicletas de baja cilindrada, pero finalmente el día llegó y bajo la mirada atónita de los familiares de ella partieron aquella mañana de color rosado.
El viaje era maravilloso y cada jornada les deparaba innumerables sorpresas que eran captadas por la cámara fotográfica siempre ávida de Adriana, que descubría fascinada un mundo que solo había soñado cuando leía novelas románticas a escondidas de sus amigas, todas ellas con rasgos lésbicos reprimidos y que consideraban a esas lecturas como vulgares y cursis. Invariablemente todas las noches terminaban igual, con la pareja haciendo el amor de manera impetuosa y sonora, al punto que debían buscar lugares desolados para armar el campamento a fin de no perturbar a los demás viajeros con sus expresiones de goce físico a alto volumen...
Pero aquella perfecta felicidad sufrió cierta tarde de noviembre un revés que casi termina en tragedia...
Adriana y el Tojo llegaron al almacén de aquel pueblito riojano, paso previo para encarar la Cuesta de Huaco rumbo a Huandacol, unas tres horas antes del crepúsculo. En el estacionamiento vieron una vieja camioneta Dodge 200 que de inmediato les llamó la atención; al acercarse con la cámara para fotografiarla, ambos no pudieron reprimir un gesto de repugnancia... de los costados de un armazón ubicado en la caja colgaban no menos de doscientas liebres, seguramente cazadas ese mismo día.
El almacén era como todos los de campo, bien provisto; incluso tenía el clásico mostrador de estaño y un par de mesas donde cinco parroquianos de aspecto siniestro apuraban unas ginebras. El Tojo estaba acostumbrado a que los hombres miraran con lascivia a su mujer, pero estos estaban a punto de cruzar la raya... el almacenero intuyó la situación y se mostró amable para apurar la venta y evitar algún problema, sin embargo Adriana no se había percatado de la situación y le consultaba sobre un buen lugar para hacer noche... el viejo le indicó el playón de un arroyo que estaba unos kilómetros al norte de ahí, cerca de un viejo puente.
Concluyeron la compra y salieron del local, no sin que el Tojo dirigiera una mirada de desprecio al mas viejo de los parroquianos y que parecía ser el jefe...
La tarde cerraba con un color rojo fuego del cielo y ambos agradecieron que el viejo les hubiera recomendado aquel lugar... luego de cenar y a la luz de la fogata hicieron el amor con furia y durmieron entrelazados con la música de los animales nocturnos y el sonido de las cristalinas aguas del arroyo como fondo.
La mañana siguiente el Tojo se dedicó a limpiar las motocicletas y realizarle un breve mantenimiento mientras asaba un gran trozo de carne que había dejado preparado la noche anterior. Adriana había lavado la ropa del día, ordenado las cosas en el campamento y estaba duchándose con el bidón ducha, un depósito de agua plegable que podía colgarse de cualquier árbol... el Tojo disfrutaba calladamente la vista del hermoso cuerpo de su compañera, que desnudo se ofrecía ante sus ojos...
De repente se desató el infierno.
De la nada surgieron tres hombres armados, que de un golpe redujeron al Tojo y lo sometieron en el piso, mientras que un cuarto apuntaba a Adriana con un rifle... en unos segundos apareció la camioneta que habían visto en el almacén y que sin duda los había seguido la tarde anterior.
El que parecía ser el jefe del grupo bajó de ella, tenía la mirada torva y lujuriosa mientras contemplaba el cuerpo desnudo de Adriana.
“Aten al tipo que nos vamos a divertir un buen rato con esta perra y después los vamos a llevar a dar un paseíto sin retorno por la cantera...” dijo con voz cavernosa mientras tomaba del brazo a Adriana, que intentaba cubrirse con la toalla que estaba en un tronco. Uno de los tipos golpeaba al Tojo con la culata de una escopeta cuando éste quiso soltarse...
Fue en ese momento que ella sacó de entre la toalla la pistola y disparó justo cerca de la oreja izquierda del jefe. Éste quedó estupefacto y todos se paralizaron, excepto el Tojo, que aprovechó esa confusión para quitarle el arma a uno de los tipos y tumbar a otro de un golpe.
De repente la situación cambió de manos, y lo que parecía ser la antesala de una violación y probablemente dos asesinatos, por la decisión de la valiente mujer se terminaba.
“Si queres morirte, desgraciado, solo pestañá” le dijo al jefe apuntándole a los ojos, mientras el Tojo desarmaba a los otros y arrojaba las armas al arroyo, no sin antes quitarle los cerrojos para inutilizarlas. Antes de atar al jefe Adriana le aplicó un fuerte puntapié en los testículos, que hizo que se doblara de dolor.
La decisión sobre que hacer con esa gente fue difícil, El Tojo quería matarlos a todos, ella no; sabía, sin embargo, que quizá estos tipos conocieran a los policías de ese lugar tan pequeño, por lo que entregarlos tampoco parecía viable.
Finalmente decidieron darles un escarmiento e irse de allí. Usaron las armas que no habían ido a parar al arroyo para inutilizar la camioneta... en total le efectuaron cerca de doscientos disparos con lo que el enorme trasto ya no volvería a marchar.... El viejo los miraba con odio, atado en el piso con los mismos precintos que tenían reservados para ellos, mientras los otros, que desconocían la decisión de la pareja, lloraban e imploraban por sus vidas.
Finalmente se fueron de allí, dejando a esos forajidos atados a un árbol, aunque a último momento el Tojo les dejó un cuchillo al alcance de los pies del mas jovencito, un adolescente que lo miraba con terror, para que pudieran desatarse.
Doce horas después cruzaban la frontera. Durante los dos meses que duró aquel viaje, le costó bastante a la pareja poder disfrutar como lo habían hecho hasta ese momento, sin embargo, con el correr de los días la tensión fue bajando poco a poco. Aunque jamas volvieron a salir de paseo sin, al menos, dos armas con las cuales defenderse...
Nunca nadie, ni siquiera sus mejores amigas, ni el propio Tojo supieron jamás cuanto terror sintió ella aquella tarde de Noviembre, pero a la vez cuánto valor adquirió para enfrentar a la vida y sus vaivenes gracias a aquella terrible experiencia... y por que no, al amor del Tojo