Afortunadamente la lectura sigue siendo el lugar al que retirarse de un mundo insano...
Los Cuentos de Pratt
(Historias que no son cuento...)

La señora mayor


La señora mayor



Dora había quedado viuda hacía 15 años, en realidad su verdadero nombre era Dorotea, obviamente por una cotequeteria que nunca abandonaba, nadie conocía este nombre, solo su apócope: Dora.
Era famosa en el barrio por su mal genio con los parquistas y demás empleados que pululaban por el barrio parque donde vivía; discutía con todos, fueran o no a trabajar en su casa, razón por la cual solo “resistía” trabajando para ella un viejo parquista con un carácte
r tan fuerte como el de ella.
Se la conocía también por lucir casi perpetuamente un pañuelo que cubría los ruleros prolijamente armados de su cabeza, nadie sabía a ciencia cierta cuando se los quitaba y frente a quien lucia aquel peinado tan primorosamente cuidado, ya que solo recibía la visita de su único hijo, que la visitaba espaciadamente cada dos o tres semanas.
Solo parecía cambiar su duro carácter cuando llegaba su nieta, una niña de unos seis años que solía quedarse algún fin de semana con ella. Solo entonces los proveedores de gas y los carteros se animaban a llegarse a su portón para consultarle algo o entregarle el correo mensual.
Compartía sus días con dos perras, varios gatos y una multitud de pájaros que solían acompañarla cuando hacía el jardín, que lucia primoroso y lleno de flores; en él nunca faltaba miga de pan y algún tarro con agua para los alados visitantes, y los gatos de la casa parecían saber del afecto de su dueña por ellos, ya que rara vez los molestaban, por otro lado, la relación de éstos con las perras era fantástica
al punto de nos ser raro verlos durmiendo unos junto a otros en el parque en las tibias mañanas de sol del invierno.
Dora no era mujer temerosa, al morir su marido, el hijo y la nuera habían insistido en que fuese a vivir con ellos a la ciudad y dejara la quinta para los fines de semana, ya que era un lugar solitario, y en la manzana solo vivía ella de manera permanente, pero nunca aceptó, se sentía demasiado a gusto entre sus plantas y sus animales y por cierto no le temblaba el pulso cuando empuñaba el viejo Smith & Wesson del .38 en las noches en que las perras ladraban mas de lo usual, además también tenía una bellísima Beretta .22 que su hermano había dejado en la casa antes de morir, y que ella guardaba en la mesa de luz y usaba para hacer algunos disparos intimidatorios al aire cuando los perros callejeros saqueaban el canasto de la basura...


              
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   Desde hacía varios días las perras de la casa y algunos otros perros del barrio estaban intranquilos y ladraban continuamente hacia todas partes, Dora se levantaba todas las noches e iluminaba el parque con la linterna y el revólver en la mano, pero nada veía, concluyendo invariablemente que quizá se tratara de alguna comadreja u otro animal de hábitos nocturnos.
La noche de su muerte, los perros comenzaron a ladrar desde muy temprano, por lo que Dora decidió abrigarse bien, apagar el televisor e instalarse junto a la puerta de la cocina revólver en mano... estaba dispuesta a terminar de una vez con el animal causante de su insomnio, así tuviera que dispararle.
Acompañó la espera con algunas copitas de licor ya que esa noche de junio el frío se hacía sentir con fuerza. Estaba casi dormida en su silla cuando un ruido extraño le llegó desde el patio, se incorporó y miró a sus perras que estaban alerta con las orejas paradas y los pelos del lomo encrespados. Aguardó unos instantes hasta que venció el natural miedo y giró la llave... en ese momento los sonidos de afuera cesaron.
Dudó un instante en salir, pero la molestia de la falta de sueño de los últimos días fue mas y salió al patio y a la noche.
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   Se sintió de repente atrapada en un abrazo sofocante, algo la tenia sujeta y la arrastraba suavemente al suelo... tuvo la fuerza para hacer dos disparos hacia ninguna parte, uno impactó en una maceta y el otro se perdió en la maleza.
En ese momento sintió la mordida en el cuello, fue un dolor fulgurante parecido a una descarga eléctrica seguida de una extraña sensación de bienestar... era como si por la herida del cuello estuviera siendo penetrada por un anestésico raro y sumamente agradable.
Comenzó a experimentar un bienestar y placer físico incomparable... incluso un viejo dolor que sentía en la cadera en forma permanente desaparecía bajo la acción de aquello que entraba en su torrente sanguíneo por el cuello.
Allá en lo alto las estrellas brillaban con una nitidez muy particular, desde su posición en el piso podía verlas con claridad y también podía ver un sector del techo de la casa, pero no podía ver que era eso que la sometía en el piso, aunque a esa altura ya no le importaba... lentamente sus músculos se iban relajando y se iba entregando a aquella sensación de bienestar que experimentaba con mas y mas fuerza.
Sentía todo, sin embargo; podía oír claramente como era succionada su sangre a través de su garganta, como la lengua de quien le estaba arrebatando la vida recorría una y otra vez la circunferencia de la mordida deleitándose con ella, también sentía el calor del cuerpo que estaba sobre ella... sin embargo aquello no le producía ningún temor, al contrario, estaba comenzando a sentir una sensualidad que ya creía olvidada con el paso de los años.
Lo que fuera que la estaba drenando de vida también le provocaba sensaciones cada vez mas y mas placenteras, por el rabillo del ojo pudo ver una de sus perras que aterrorizada pasó corriendo rumbo al interior de la cocina.
Ya poco importaba eso y todo lo demás, su vida se estaba yendo junto con su sangre cuando comenzó a experimentar un latido olvidado... un incipiente orgasmo se estaba apoderando de todo su ser... hacía tantos años que no sentía algo así que lo recibió con indecible alegría... la sensación era cada vez mas y mas intensa hasta transformarse en la descarga de placer mas poderosa que hubiera sentido nunca... un interminable torrente de placer.
Cuando estiró finalmente los dedos de los pies, hacia el final de aquel orgasmo increíble, dirigió aun una última mirada a las estrellas que brillaban con una intensidad desconocida allá en lo alto. Y murió.

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   El viejo casi tiene un infarto cuando halló el cuerpo de Dora tendido a un metro de la puerta de la cocina revólver en mano, sin saber que hacer, solo atinó a llamar a su hijo, quien acudió de inmediato con la policía.
La autopsia reveló algo que se denunciaba a la simple vista del cadáver y su palidez sobrenatural, no tenía una gota de sangre. La explicación de los peritos es que la señora mayor se había herido accidentalmente en el cuello de un disparo de su propia arma y que se había desangrado en el piso, la falta de sangre en el piso hallaba una explicación que era favorecida por el hecho de que junto a la cabeza de la muerta había una alcantarilla de desagüe.
Solo uno de los profesionales que le practicaron la autopsia se mantuvo callado y pidió expresamente hablar con el hijo de la señora.
Luego de una larga charla entre ambos, se arregló que Dora sería cremada ese mismo día, quizá este apuro del profesional hizo dudar un poco al hijo de la señora, pero el ahorro entre gastos de velatorio, ataúd y tumba lo terminaron de convencer, después de todo a su padre también lo habían cremado.
A todos los familiares que fueron a la cremación les extrañó que el forense asistiera personalmente al acto y verificara que se realizara correctamente. solo cuando las cenizas de Dora fueron entregadas al hijo, se retiró en su auto.

                         
Mientras miraba por el espejo retrovisor el forense agradeció al cielo haber podido convencer a los deudos de incinerar el cuerpo de la señora mayor, hubiera sido difícil convencer al hijo de enterrar a la madre con una estaca de madera firmemente clavada en el pecho...



 
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