El Virus
EL VIRUSEl sonido familiar del despertador lo arrancó súbitamente de la pesadilla en la que estaba sumergido, deshaciendo en hebras las imágenes terribles que su inconsciente le estaba mostrando.
Su respiración agitada se percibía nítidamente en la habitación en penumbra. Su frente era un mar de sudor frío y los pliegues de su cama estaban revueltos como si terminara de luchar en ella...
Se sentó apoyando la espalda en la pared mientras trataba de normalizar la respiración; al cabo de un rato, ya mas tranquilo, trató vanamente de recordar en que consistía la pesadilla... pero la luz clara del amanecer borró todo recuerdo de la noche pasada.
Se había duchado y vestido cuando dispuso el agua para el café del desayuno; decidió bajar a la panadería de la planta baja del edificio donde vivía para comprar unas medialunas, notó entonces un hecho desusado... la panadería estaba cerrada. Miró alrededor y vio también cerrados a los demás negocios de la cuadra. Preocupado por lo extraño de la circunstancia subió distraídamente al ascensor, el que rara vez usaba; al pulsar el botón del segundo piso miró hacia abajo y vio amontonadas en un rincón varias prendas de hombre... se inclinó sobre ellas intrigado, por el rabillo del ojo vio otro montoncito de ropa, esta vez de mujer. Al mirarlas detenidamente observó que de ambas se desprendía una especie de polvo de colores parecido al vidrio molido. Muy cerca de los montoncitos de ropa encontró dos relojes pulsera, dos anillos matrimoniales y un juego de aros; al sacudir las ropas de mujer cayó al piso un collar y quedó al descubierto una cartera. En las ropas de hombre encontró una billetera con dinero, dos tarjetas de crédito, el carnet de un club y varias tarjetas personales que decían: Estudio de Arquitectura Belgrano: Roberto López Rivera, Arquitecto. El sudor frío que había sentido al despertar volvió a su frente al tiempo que una sensación de temor le iba embotando los sentidos... reconoció el nombre del señor que vivía en el séptimo piso. Para alejar esa molesta sensación de miedo que iba ganándolo, supuso que quizá hubieran asaltado a la pareja y un precipitado ladrón había dejado allí parte del botín. No muy convencido dobló prolijamente las prendas, guardó lo demás en la cartera y subió hasta el séptimo.
Al bajar del ascensor lo primero que vio fue otro montón de ropa en un rincón, que no tardó en reconocer como pertenecientes a José, el portero del edificio, también había una escoba apoyada en la pared. Ahora si un creciente temor se fue apoderando de él mientras golpeaba las puertas del departamento A; esperó unos segundos y volvió a llamar, esta vez con mas insistencia.
Nadie contestó.
Un sonido agudo se presentó a sus oídos, era el sonido característico del silencio, cuando todo se encuentra en el mas absoluto silencio...
Aterrado, corrió por las escaleras hacia la planta baja, al llegar a la calle vio algo que no había notado la primera vez que bajó esa mañana; desparramados en la vereda había otros montones de ropa, también los había en un automóvil que estaba a medio salir de un garaje. Su terror era ya desesperación y su corazón quería salirse de su pecho. En ese instante las campanas de la Iglesia rompieron el pesado silencio al dar las ocho.
Alucinado, echó a correr por las calles, en la dirección de donde provenía el tañir de la campanas; el espectáculo era fantástico... irreal.
La luces de muchos negocios estaban encendidas, en la avenida muchos autos estaban detenidos en plena calle, otro en cambio, se encontraban sobre las veredas o dentro de las vidrieras rotas de algunos locales. En el interior de todos ellos había montones de ropa y ese espantoso vidrio molido.
Entonces se escuchó a si mismo gritar y ello lo asustó aun mas, si ello era posible; a medida que corría gritaba mas y mas fuerte y su grito resonaba tétricamente multiplicado en ecos en el pesado silencio de la ciudad.
Al doblar una esquina tropezó y cayó rodando por el piso, y al quedar así, boca arriba, comenzó a llorar. Vio entonces la marquesina de una armería... una idea estalló veloz en su cerebro: matarse. Si todo estaba muerto para que vivir –pensó- y fue una piedra lo que estalló la vidriera y un revólver lo que llevó a su sien.
Una silueta fugaz cruzó rápidamente la calle a dos cuadras de donde se encontraba; por un segundo quedó perplejo, pensando que su mente le estaba jugando una pasada. Luego fue la certidumbre que algo o alguien efectivamente había cruzado. Corrió hacia esa esquina, pero al doblar se presentó ante sus ojos el mismo paisaje desolador.
Nadie.
Caminaba lentamente ahora, distraído, miró el revólver y con un gesto de repugnancia lo arrojó lejos. Sin darse cuenta estaba ante las puertas de la Iglesia. Entró en el templo esperando encontrar a alguien, sus pasos sonaban nítidamente en el recinto; casi sin pensarlo se arrodilló y comenzó a rezar. Luego de un rato se sentó en uno de los bancos y en su mente se dibujaron incontables preguntas.
Que es lo que había sucedido?. Era ese polvo lo que quedaba de la gente? Por qué él estaba vivo?... sea lo que fuese había sucedido durante la noche... arrasando, matando...
Posiblemente él no llegase a saberlo nunca, pero un grupo de científicos, con una infinita arrogancia y queriendo jugar a ser Dios, habían puesto en marcha un increíble artefacto para recrear un misterio de la física, un agujero negro... solo que en lugar de ello causaron una fenomenal masa de energía que afectó a una variedad de la vida del mas mínimo tamaño... los virus, que mutaron en cuestión de minutos en todo el planeta reduciendo a la casi totalidad de los animales y personas a algo parecido al cristal de silicio del que todos somos parte...
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Había desechado totalmente la idea de matarse, si no había muerto sería por alguna razón y quizá hubiese otros como él. Se levantó con ánimo y fue caminando lento hasta la puerta. Al salir a la calle decidió sentarse un momento en uno de los bancos de la plaza frente a la Iglesia.
El pajarito se posó cansadamente en la rama mas alta del árbol; extrañado que esa mañana sus compañeros de fechorías no estuvieran gorjeando aquí y allí en la búsqueda incesante de semillas. Harto de comer y con sed voló hasta la plaza.
El hombre se sobresaltó al escuchar un sonido sordo, como el de un cuerpo que se cae, con bastante miedo tomó una piedra del suelo y miró hacia la puerta de una casa.
Primero fue su sombra, luego escuchó su respiración.
Finalmente la vio.
Ella estaba allí, llorando silenciosamente... el pelo revuelto, la ropa hecha jirones y la mirada aterrorizada. Al principio avanzó lentamente, luego corriendo.
El se había levantado y corría también hacia ella.
Al estar uno frente al otro se miraron un segundo. Ella era joven, y él, en otras circunstancias hubiera dicho que era hermosa. En ese momento un llanto profundo, que tenía algo de alegría ganó las gargantas de ambos mientras se abrazaban en el centro de la plaza.
El pequeño cerebro del pajarito no comprendía por qué estaba tan solo en esa rama desnuda de otoño, ni por qué esas personas se habían arrodillado abrazadas.
Entonces vio a un solitario gorrión que se había posado en el campanario, voló hasta estar junto a él y comenzó a cantar.