El Suicida
El Suicida
El humo del cigarrillo barato trepa ondulante hacia el techo del sórdido cuarto donde vivo.
La lluvia golpea salvajemente los cristales de la ventana, mientras en la calle las pocas personas que se le animaron al frío del invierno y del domingo huyen por la vereda.
Una gotera deja caer con estrépito su carga sobre la sucia y desvencijada mesa de luz donde está su foto.
La botella de ginebra ácida cae sordamente al piso de madera al soltarse de mi mano vencida.
Del bolsillo del pantalón sale el arrugado papel con el número mil veces discado. Inútil.
Ella no está… o no quiere estar.
La Colt del .45 descansa cargada en la mesa al lado del vaso vacío. Miro a todas partes buscando una respuesta que nunca encontraré.
Buscando un afecto que nunca fue.
El tren, a lo lejos, lleva gente a alguna parte. En la calle, la noche va adueñándose de todo.
Me decido.
El estruendo del disparo se multiplica en ecos que nadie oye… o que nadie quiere oír.
La muerte, magnífica de libertad, se acuesta ya a mi lado.
El humo del cigarrillo barato trepa ondulante hacia el techo del sórdido cuarto donde vivo.
La lluvia golpea salvajemente los cristales de la ventana, mientras en la calle las pocas personas que se le animaron al frío del invierno y del domingo huyen por la vereda.
Una gotera deja caer con estrépito su carga sobre la sucia y desvencijada mesa de luz donde está su foto.
La botella de ginebra ácida cae sordamente al piso de madera al soltarse de mi mano vencida.
Del bolsillo del pantalón sale el arrugado papel con el número mil veces discado. Inútil.
Ella no está… o no quiere estar.
La Colt del .45 descansa cargada en la mesa al lado del vaso vacío. Miro a todas partes buscando una respuesta que nunca encontraré.
Buscando un afecto que nunca fue.
El tren, a lo lejos, lleva gente a alguna parte. En la calle, la noche va adueñándose de todo.
Me decido.
El estruendo del disparo se multiplica en ecos que nadie oye… o que nadie quiere oír.
La muerte, magnífica de libertad, se acuesta ya a mi lado.