Afortunadamente la lectura sigue siendo el lugar al que retirarse de un mundo insano...
Los Cuentos de Pratt
(Historias que no son cuento...)

La redencion del asesino

La redención del asesino:

El que parecía ser el jefe miraba hacia todas partes a través de lo binoculares.
- Quién es ese tipo?, preguntó dirigiéndose al que tenia el cabello como un cepillo
- Tranquilo jefe, es un “pajarólogo”, hace un mes que le saca fotos a los pájaros de la cancha...ya chequeé los papeles, tiene los permisos en orden.

El jefe no pudo evitar una risotada.
- Ornitólogo, animal... esos tipos si que pierden el tiempo, pensó.
El ornitólogo estaba tomando fotos de unas aves posadas en un pequeño grupo de árboles, pegados al primer cerco perimetral de la cancha.
- El objetivo se está moviendo, jefe...
El objetivo era en realidad Franco Makko, el mega empresario, sospechado de tener contactos muy íntimos con la mafia china y dueño de media provincia. Le gustaba jugar al golf sólo, con su caddy y los custodios como única compañía, razón por la cual, cuando él lo decidía, cerraban la cancha del exclusivísimo country donde vivía, solo para él. Sus guardaespaldas odiaban esos momentos porque el viejo se movía en un carro eléctrico con el ayudante mientras ellos tenían que recorrer la cancha de golf a pié, lo cual representaba un trabajo arduo por el intenso calor que hacía en esa mañana de septiembre... debajo de los sacos, que no podían sacarse, abultaban las sobaqueras con armas de grueso calibre, mientras que de las orejas izquierdas de ambos partía el clásico cable espiralado del equipo de comunicaciones.
El ayudante del golfista le alcanzó el palo 6 mientras el viejo se acomodaba la visera, los guardaespaldas miraban la bolsa de palos de golf pensando que hay gente con trabajos mas pesados que el de ellos...
En ese momento la visera del viejo se movió abruptamente mientras el empresario caía pesadamente al suelo, ambos custodios se precipitaban sobre el caído, uno de ellos giró sobre si mismo y cayó a un costado. El jefe miró hacia los árboles donde estaba el ornitólogo mientras intentaba desenfundar su arma. Un impacto de bala le borró el ojo izquierdo y el cerebro en ese instante.
El Caddy miró desesperado a los tres muertos en el suelo y aterrado subió al carro eléctrico y salió a escape hacia el club house... treinta metros después el carro se desviaba y caía en una pequeña laguna, su conductor estaba muerto de un disparo en la nuca.
El falso ornitólogo metió el pequeño rifle .22 que había sacado de los pies del trípode fotográfico en la bolsa, mientras que con una cizalla cortaba rápidamente el alambrado que segundos antes había electrificado con el condensador de un flash de alta potencia para anular los sensores de la cámara de vigilancia. En menos de dos minutos corría por el terraplén del ferrocarril contiguo a la cancha de golf, a menos de cien metros se encontraba la alcantarilla donde había ocultado la motocicleta. Media hora después dejaba la moto estacionada en una villa de Boulogne  junto con el bolso que contenía el arma y la ropa que había tenido puesta, mientras tomaba el colectivo hacia el centro, de ambas cosas no quedaba nada...
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Jeremías Hess, conocido en el oscuro ambiente de los asesinos a sueldo como Réquiem, llegó a su departamento hora y media después de haber ejecutado con precisión y absoluta limpieza a unos de los empresarios mejor custodiados del país.
Se sirvió una copa de Legui mientras encendía su laptop... el sonido del tránsito en la avenida le llegaba apagado a través de la ventana del vigésimo piso donde vivía, en Puerto Madero. Consultó su correo y luego el estado de su cuenta de un banco uruguayo... la misma había crecido considerablemente en la última hora, cien mil dólares habían sido depositados hacía cuarenta minutos.
Se duchó y se puso ropa deportiva, calzó unas zapatillas livianas y encendió el equipo de música, no tardó en dormirse en su cómodo sillón, absolutamente libre de remordimientos o pensamiento alguno...
Dos horas después llamaron a la puerta del departamento, de una forma muy particular y distintiva. Se levantó pausadamente y tomó una pistola Bersa .22 que estaba debajo de una pequeña mesada junto a la puerta.
- Quién es? Preguntó colocándose a un costado del marco de la puerta y amartillando la pequeña pistola.
- Latrodecto, respondió una voz femenina del otro lado.
- Séptimo... dijo él
- Tres octavos respondió la voz. Era la clave acordada para saber que estaba sola
Abrió la puerta y dejó pasar a la chica.
Latrodecto era en realidad Valeria Rivas, una estudiante avanzada de informática cuyo apodo lo había tomado de la araña viuda negra (latrodectus mactans) ya que con una computadora conectada a la red era LETAL y una de las hackers mas peligrosas que existía. No había barrera informática, cortafuegos o programa que estuviera a salvo de ella.
- Acá está lo tuyo, le dijo él mientras le daba un sobre de papel madera que contenía un abultado fajo de dólares, fue fácil aunque demoró mas de lo debido.
- Me imagino pasándote las tardes fotografiando pajaritos, je je
- Eso fue duro
Le sirvió una vaso de vino y se sentaron en el estar
- Hay algo raro, le dijo ella, estuve tratando de penetrar el sistema de una empresa nueva que está comprando medio país y no encuentro la forma, pero logré infiltrar algunos archivos y encontré algo rarísimo.
- Qué?, le preguntó sin mayor interés por los desafíos informáticos de su amante, que poco le importaban.
- Parece como una comunidad religiosa pero muy rara, estoy intrigada.
Cuando Latrodecto decía esto, al sistema elegido le quedaban las horas contadas.
- No sé que hacen, pero es una fachada, están haciendo algo pesado y voy a averiguar qué... el dueño o jefe de esa empresa es un tipo joven de treinta y dos años que vive sólo en una mansión en las barrancas de San Isidro, pero tiene ramificaciones en todo el mundo, y muchísima plata y recursos... me arruinó varias máquinas con los sistemas de contramedidas que tiene.
- Mirá vos... le respondió casi sin escucharla el asesino.
- Te digo que hay algo muy pesado y lo voy a descubrir.
Ella siguió hablando pero él apenas lo registraba, tenía hambre y le propuso salir a comer.
La noche finalizó con ambos en un encuentro sexual de altísimo voltaje.
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Dos días después Latrodecto le envió un correo electrónico con un nombre, una dirección y una fotografía. El nuevo blanco era un científico alemán que trabajaba para un importante laboratorio farmacéutico, pero que en realidad era el responsable de la mitad de la droga sintética que circulaba por Buenos Aires.
Alguien lo quería muerto y había pagado por ello.
Vivía en un piso cerca de la Iglesia de la Merced en la calle Reconquista, era un tipo verdaderamente desconfiado que solo tenía un ama de llaves que se encargaba de sus cosas. Frente al edificio del químico había un pequeño café donde el asesino de instaló un par de tardes para fotografiar discretamente el piso y sus accesos, mientras Latrodecto se encargaba de investigar los planos y el sistema de seguridad de la propiedad. El trabajo no podía hacerse en la calle ya que el alemán se movía en un automóvil blindado y no tenía una vida social.
En un momento Réquiem se sonrió... había encontrado la forma. Pagó el café, se levantó y se fue.
Dos tardes después saltó a la terraza del edificio desde la de un supermercado que estaba a un lado. Colocó un paquete de espuma de goma dentro del aire acondicionado del departamento del químico y se fue.
Latrodecto de encargó de desviar la llamada del ama de laves solicitando la reparación y al día siguiente Réquiem vestido como técnico de aire acondicionado se presentaba frente a la mujer.
No le costó demasiado esfuerzo caerle simpático a la vieja dama que lo miraba extasiada mientras él simulaba revisar el equipo. En un momento le solicitó a la mujer un vaso de agua, lo que ella se apresuró a complacer.
Mientras la mujer se dirigía a la cocina, el asesino sacó de un envase a prueba de golpes una jeringa con doscientos centímetros cúbicos de JP1 o nafta de aviación. Desenroscó rápidamente la lámpara del escritorio del alemán y le inyectó el contenido de la jeringa, luego volvió a roscarla y guardó sus herramientas y la jeringa. Pidió a la mujer las llaves de la terraza y una vez allí retiró el paquete de espuma de goma que había colocado y que impedía el funcionamiento del aparato. Se retiró y fue directamente al departamento de Latrodecto donde tenía ropa.
Ella prácticamente ni lo saludó, estaba absorta mirando la pantalla de su computadora mientras sus dedos se desplazaban frenéticamente por el teclado.
- Estoy a punto de develar el misterio de ese tipo, te dije que había algo muy raro... es algo que tiene que ver con los judíos y los cristianos... será nazi éste tipo? Le decía mientras parecía mas estar hablando consigo misma que con él... Ya estoy a punto de bajarle los últimos cortafuegos y veré que traman... te digo que es algo gordísimo...
Jeremías la miró con cariño pero casi sin oírla, su mente estaba concentrada en el trabajo que estaba llevando a cabo.
 Luego de cambiarse volvió a la calle Reconquista y se instaló tranquilamente en el café a esperar.
A las siete de la tarde vio ingresar el Bora negro del químico a la cochera del edificio. Se concentró en la ventana que daba al escritorio y esperó.
Sabía que el alemán revisaba su correo electrónico al llegar a casa.
Vio encenderse la luz principal ya que estaba oscuro.
Al siguiente instante escuchó la explosión. Al encender la lámpara del escritorio el contenido de combustible de la bombilla explotó incendiando el rostro y la ropa del químico, además de todo el estudio.
Cuando las llamas salían por la ventana y habían cesado los gritos del hombre, se levantó y se fue caminando por Reconquista antes que se juntara mas gente y curiosos que venían a ver el incendio.
Dos  cuadras mas abajo y casi llegando a la Iglesia de la Merced escuchó el primer disparo, instintivamente buscó cobertura en la entrada de la iglesia al tiempo que empuñaba la Bersa... al tiempo sonó otro disparo y luego varios mas hasta que se desató un infernal tiroteo.
Desde el lugar donde estaba alcanzó a ver como unos policías desde un patrullero se tiroteaban con unos sujetos con pasamontañas que salían de una casa de cambio... de inmediato entró en la iglesia y buscó un lugar donde dejar la pistola, ya que no quería ser confundido con uno de los ladrones, afuera el tiroteo continuaba.
El asesino vio la pira bautismal llena de agua bendita que era lo bastante oscura y profunda como para no verse el fondo. Sin pensarlo dejó la pistola dentro del agua y también su navaja. Se sentó en una de las bancas y esperó tranquilamente mirando una imagen de Jesús que lo miraba desde lo alto de una cruz con mirada inescrutable. No mas de cuarenta minutos después e lugar se llenó de policías y no le costó gran trabajo pasar como feligrés refugiado del tiroteo.
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Volvió  a su departamento y se sirvió una copa de Legui mientras chequeaba en su laptop que se hubiera efectuado el pago. Preparó el sobre con el dinero para Latrodecto, se duchó y se sentó a escuchar música.
A las nueve despertó extrañado que Valeria un hubiese llegado. La llamó a su celular pero le respondió el contestador. Frunció el ceño con gesto de preocupación mientras se cambiaba, debería ir al departamento de la muchacha ya que no era habitual que no le respondiera. Recordó que la pequeña Bersa .22 estaba sumergida en el agua bendita y del falso fondo del botiquín del baño extrajo una .380 que solía usar en ocasiones. Jamás salía desarmado.
Llegó al edificio y llamó por el portero varias veces. Nadie contestó. Tomó la llave que Valería ocultaba en un saliente del marco de la puerta y abrió.
Golpeó la puerta del departamento en la cadencia convenida pero solo le respondió el silencio. Preocupado usó la otra llave y abrió lentamente la puerta mientras empuñaba la .380.
Al entrar se le paralizó el corazón. El departamento estaba prácticamente destrozado, las computadoras en red estaban destruidas y tiradas por el suelo, todo estaba en desorden y hasta los cuadros habían sido arrancados de las paredes. Recorrió el departamento esperando lo peor hasta que encontró algo aún peor de lo que imaginaba.
Latrodecto estaba en la bañera, con el cuerpo completamente deshecho con un raro puñal que estaba a un costado, su rostro mostraba aún el horror de lo que había sufrido antes de morir. La herida mortal estaba en el cuello, prácticamente le habían seccionado la cabeza.
Mareado se volvió al comedor y se sentó en una silla. Por un tiempo quedó embotado, incapaz de mover un músculo. Lentamente volvía a pensar. Un sentimiento de odio profundo que aquel frío asesino jamás había experimentado nació en su pecho. De inmediato recapituló la escena de la última vez  que había visto con vida a su amante y recordó sus palabras... buscó la netbook en la que Latrodecto guardaba sus trabajos pero no la halló, y las computadoras que allí había estaban destruidas. Pero Valería era muy cuidadosa y siempre tenía un registro de todo cuanto estaba haciendo, así que Réquiem se dirigió a la cocina, que también había sido revisada. En la puerta de la heladera había un imán de una gran araña... allí en el adorno se ocultaba una tarjeta micro SD que le diría que había pasado. Y no para la policía. No. Él se encargaría personalmente del que había hecho esto. No pararía hasta ver muertos a todos los responsables.
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Asistió al entierro de su novia pero de lejos. La familia de Valeria no lo conocía y por otra parte su dolor e ira eran demasiado fuertes para que pudiera estar con alguien.
Volvió a su departamento y conectó la tarjeta de memoria para ver que era lo que había hecho que mataran de esa forma a Latrodecto.
Su rostro se iba transfigurando a medida que desentrañaba la información.
A partir de ese momento su rostro volvió a tener la frialdad de siempre.
En menos de una semana había identificado y ubicado a los dos tipos que habían matado a Valeria.
Y al que lo había ordenado.
También había descubierto por qué.
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   Los asesinos de Latrodecto pertenecían a un culto satánico muy poderoso que se había instalado en el país y que estaba preparando algo siniestro y secreto. Algo cuyo conocimiento le había costado la vida a Valeria. A él eso no le importaba en absoluto, pero lo iban a pagar.
Silenciosamente se descolgó por el alto tapial de la quinta donde dormían los ejecutores de su mujer, previamente había desconectado los sistemas de seguridad con un programa que ella misma había dejado preparado. En el jardín  miró con indiferencia los signos y símbolos en los vidrios de las ventanas y paredes del lugar, extraños grabados en un idioma desconocido y que parecía haber sido escritos con sangre. La puerta del lavadero estaba sin llave. Al entrar un hedor insoportable le azotó la nariz, encendió la pequeña linterna mientras le quitaba el seguro a la 9 mm.
Algo, una especie de sexto sentido que poseía, lo hizo darse vuelta justo cuando uno de los tipos con un raro puñal en la mano, se le abalanzaba desde las sombras.
El asesino reaccionó mecánicamente. Dos disparos en el pecho y uno en la cabeza detuvieron definitivamente al agresor.
En un instante apareció el otro con la misma clase de arma, logró cortarle el antebrazo en el tiempo que tardó en realinear el arma, pero un certero balazo lo detuvo para siempre.
Se limpió la sangre con su propio pañuelo, el que ató a la herida y luego se dedicó a incendiar toda la casa.
Saltó a la vereda y se alejó caminando lentamente hacia la avenida, mientras repetía para sí mismo .”La leyes te hacen sufrir porque sos culpable, porque podés serlo o porque quiero que lo seas...”. a lo lejos se veían las llamas del gran incendio y se oían las sirenas.
Ese si era un buen mensaje para el jefe de estos tipos. Y seguía él.
Como era su costumbre, dejó la pistola sobre un tapial a la entrada de la villa La Cava.
Antes de tomar el colectivo, la pistola ya no esta allí.
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   Cuando llegó a su departamento notó que el pequeño fragmento de cinta scotch que había colocado entre el marco y la puerta estaba despegado. Preparó su navaja y abrió lentamente.
El desorden era brutal, parecía como si un huracán hubiera pasado por allí. Lentamente recorrió las habitaciones. Habían revuelto todo. Y se habían llevado sus armas.
- Hay una que no encontraron, desgraciados...
Desenroscó la pata de un mueble y de su interior extrajo el silenciador y la caja de balas .22 subsónicas de la pistola. Guardó todo en un bolso y salió.

Pasó por la Iglesia de la Merced y metiendo el antebrazo en el agua bendita recuperó la pistola, la secó con su pañuelo y la guardó en su bolsillo.
Mirando la imagen de Jesús que lo observaba allá desde lo alto le dijo:
- Nunca pensé que iba a trabajar para vos... pero igual, éste trabajo te lo voy a hacer gratis.
Y salió.
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- Si ésta pistola es la que no encontraste, ésta será la que usaré con vos, maldito. Pensó para sus adentros.
Como seguramente habría alguien observando sus movimientos, se fue a la terraza y por las cañerías se descolgó al edificio contiguo, y de ése pasó al siguiente y de ahí a la calle.
A tres cuadras guardaba una moto en un garaje alquilado que ni siquiera Latrodecto conocía. Salió a la ruta y se dirigió a la zona norte.
En Cardales tenía una pequeña casa de campo que solo él conocía. Estaba aterido de frío cuando encendió la chimenea. Se sirvió un trago y pensó sus próximos movimientos.
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   La mansión del empresario se hallaba muy cerca del colegio Marín, sobre las barrancas de San Isidro, estaba rodeada de altas medianeras y tenía un servicio de vigilancia formidable. Pero Jeremías contaba con el legado de Latrodecto... su software volvía vulnerable cualquier sistema de seguridad. Una tormentosa noche de final de octubre  una sombra se descolgó hacia dentro de la propiedad desde el alto muro.
En la cintura llevaba la Bersa .22 que había rescatado de la Iglesia de la Merced cargada con las balas especiales y en un bolsillo el silenciador que enroscó prolijamente en el extremo del cañón.


Conectó la palmtop a la caja de la alarma y la desconectó, abrió con sutileza una ventana y se descolgó dentro. En la oscuridad tropezó y cayo al piso.
Al encender la pequeña linterna se le paralizó el corazón.
Tres enormes y silenciosos mastines abrían sus fauces mostrándole sus colmillos que estaban a centímetros de su garganta... le que iban a destrozar ya...
De repente uno de ellos lo olfateó y se quedó quieto. Los restantes hicieron lo mismo, giraron y se fueron por una puerta lateral.
- Éstos perros si que son buenos guardias, se sonrió mientras pasaba por un amplio salón.
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   En ese instante las luces se encendieron. El tipo estaba allí, vestido con una bata de seda y con una copa en la mano.
- Te estaba esperando, asesino.
Réquiem miró rápidamente a todos lados esperando encontrarse con guardias armados... pero no, aquel personaje estaba solo.
- Indudablemente tu condición de asesino impidió que Minos, Eaco y Radamanto te destrozaran hace un momento... han olido que sos uno de nosotros.
- Yo no soy uno de ustedes, soy el que te va a mandar a la muerte, hijo de puta.
- Lo dudo, Jeremías... no hay instrumento humano que pueda matarme.
- Apuesto que un balazo entre los ojos sí lo hará, le respondió con ironía el asesino.
- Desdichado!... pensás que un simple humano como vos puede representar el capítulo final de mi existencia...?;  No tenés idea de quién tenés enfrente...
- Oh, sí que tengo idea... frente a mí hay un próximo pedazo de carne muerta..
- Ja, ja... debo reconocer que sos valiente y muy hábil... no cualquiera podría haberse cargado con tanta limpieza a dos de mis generales...
En ese momento Réquiem recordó algo de las cosas que le había dicho Latrodecto antes de morir.
- Sólo respondeme algo antes que te mate... quien carajo sos y por qué despachaste a mi mujer...
- Verás, soy alguien que tiene una misión, la humanidad llegó al final del camino y junto a mi padre la pondremos en donde debe estar... en el infierno. Soy lo que los humanos llaman la Bestia... mi padre es el ángel mas bello de Dios, el desterrado.
- Lo que sos es loco, nazi de mierda...!
- Ja ja... los nazis solo fueron pobres aprendices de lo que se hará... verás, necesito aliados inteligentes que unan la amoralidad y la inteligencia...y demostraste ambas cosas mas el valor de vencer a mis dos mejores sirvientes... te propongo unírteme... tendrás todo cuanto quieras, ya que el mundo pronto me pertenecerá....
- Solo contestame algo: por qué te cargaste a mi mujer?
- Era una molestia constante siempre pretendiendo penetrar nuestra mejor creación y modo de controlar y dominarlos a ustedes, pobres humanos, siempre se entrometía en nuestra Internet...
Ea asesino ya había oído suficiente... cerrojó la Bersa, colocando una bala en la recámara. Al tiempo que el hombre de la copa se sonreía...
- De verdad pensás que instrumento humano alguno puede hacerme daño... je je je...
En ese momento el casi imperceptible sonido de un doble disparo silenciado marcó dos pequeños agujeros a la altura del corazón de aquel sujeto.
Bajó su cabeza y con una expresión entre incrédula y aterrorizada miró la herida mientras las piernas se le aflojaban...
- Pero... no puede ser... no...
Un tercer disparo, esta vez entre los ojos lo envió definitivamente con su padre, el demonio, si es que éste existía...
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   Jeremías caminaba tranquilamente por la calle España rumbo al río mientras las sirenas de los bomberos convergían en el impresionante incendio que consumía la gigantesca mansión enclavada en la barranca.
“Las leyes te hacen sufrir porque sos culpable, porque podés serlo o porque quiero que lo seas...” repetía para sus adentros mientras desarmaba la pequeña pistola... la misma que había sido bendecida mientras estuvo sumergida en el agua bendita dentro de la pira bautismal, por un joven sacerdote que treinta años después sería el primer Papa sudamericano...
Al llegar al río arrojó los pedazos de la pistola a las aguas y consideró que ya era suficiente... que quizá era tiempo de hacer otra cosa.
Vio una preciosa flor amarilla entre la maleza, la cortó y subió a su moto rumbo a la tumba de  Valeria, donde la dejaría.
En la vieja Iglesia de la Merced en lo alto de la Cruz, la imagen de Jesús parecía tener una mística y fugaz sonrisa.


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